Yo amaba aquella casa
sin vientos de desgracia.
Era como mi alegre
posesión transparente.
Como la flor blanquísima
que en los jarales brilla.
Tal vez yo por entonces
desdeñara a los dioses.
Pues ni ellos habitaban
en regiones tan claras.
Y así como un castigo
perdí lo que era mío.
Un fuego despiadado
prendió en aquellos campos
Después no quedó nada.
Ni la flor de la jara.
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